lunes, 30 de junio de 2008

UNA HISTORIA DE PELÍCULA

Antes que nada quiero disculparme por el largo tiempo que estuve sin escribir en el blog. El principal motivo de esta ausencia de nuevos artículos fue que estuve de viaje con mi familia en Italia durante dos semanas, en un tour organizado por la Asociación Calabresa de Buenos Aires.

En esta ocasión voy a apartarme de la caótica realidad en la que está inmerso el país para contar una historia de la que fui protagonista en el este viaje del que les conté en el párrafo anterior. Fue un acontecimiento tan emocionante y conmovedor que me veo impulsado a trasmitirlo aunque carezca de importancia para la mayoría de ustedes.

El episodio que les quiero contar tuvo lugar el pasado miércoles 25 de junio. Aquel día, con mi familia (mi padre, mi madre y mis dos hermanas), partimos desde Letojanni (un pueblo ubicado en la costa oriental de la isla de Sicilia, Italia) rumbo a los pueblos de Ramacca y San Michele, situados a unos 150 kilómetros del lugar donde estabamos parando.

La elección de visitar esos pueblos no fue casual; allí habían nacido los abuelos de mi padre, Vicente Incardona y María Vitale.

La intención de la visita sólo era conocer el lugar donde había comenzado nuestra historia; saber como era la geografía en la que habían crecido nuestros ancestros e intentar por un momento remontarnos a aquellos tiempos pasados.

Pero el destino nos iba a regalar algo más. Tenía bajo la manga un increíble sorpresa que movilizó sentimientos hasta ahora desconocidos.

Pasadas las 11 de la mañana, llegamos a Ramacca y recorrimos el lugar luego de pedir información del pueblo en la pequeña oficina de turismo del lugar. Con una simple vuelta en el auto nos alcanzó para ver este humilde conglomerado de unos 10 mil habitantes situado sobre un monte.

Luego de almorzar partimos hacia San Michele. Llegamos a la hora de siesta, por lo que el escenario era desolador, no se escuchaba ruido alguno y por la calle no se veía ningún rastro de un ser vivo.

En la breve recorrida que nos propusimos hacer por el pueblo de unos 3 mil habitantes, que parece estar aislado de todo y ajeno a los contratiempos de la modernidad, encontramos la municipalidad.

Al ver la puerta abierta, entré para ver si alguien me brindaba algún tipo de información acerca del pueblo donde había nacido mi bisabuelo. Primero me cruce con una señora con la que me fue imposible comunicarme por el escaso italiano que hablo y por el escaso conocimiento del castellano que tenía esta amable mujer, pero me llevó a otra oficina donde me atendió una oficial de policia de unos 40 años de edad.

Sólo luego de vivir esta cinematográfica historia percibí la importancia de esta señora que hizo esfuerzos supremos para lograr entender mi propósito en el lugar.

Al contarle las razones de nuestra visita al fantasmal pueblo, me pidió que escriba el nombre de mi bisabuelo en un pequeño papel. Al ver el nombre, rápidamente y sin dejarme reaccionar, me dijo que la siguiera, que ella conocía a un Vicente Incardona que vivía allí.

Yo no sabía como explicarle que no teníamos idea de que había familiares allí y que quizá coincidía el apellido pero no había ningún lazo sanguineo con esa gente. Pero fue todo tan rápido que no nos dio tiempo a nada, y cuando reaccionamos ya estabamos en la puerta de la casa, próximos a vivir esta experiencia jamás pensada.

Por el balcón se asomó una mujer de unos 45 años, que sorprendida por la presencia de la oficial de la policía, se dispuso a abrirnos la puerta. Cuando bajó, detrás de ella, Emilia, una anciana de 84 años, vio a mi padre y recordó con una lucidez avismal a uno de los hermanos de su esposo (Vicente Incardona), que había visitado el lugar hace más de 30 años.

Rapidamente empezaron las ilbanaciones de nombres para ver que grado de filiación existía con esas extrañas personas que teníamos y tenían enfrente. Pero todo se detuvo cuando apareció Vicente, luego de despertar de su impostergable siesta. El parecido físico de Vicente con mi abuelo, su primo, quitó todo tipo de duda acerca de si todos los ahí presentes teníamos motivos para emocionarnos por que habíamos encontrado una parte de la familia de la que no teníamos noticias ni conocimientos.

Este héroe de guerra de 89 años, que perdió el brazo izquierdo en los enfrentamientos entre las tropas italianas y las de los aliados durante la segunda guerra mundial, hizo que nuestras cabezas se paralicen por un instante sin saber como reaccionar ante semenjante episodio. Sorpresa, estupor, felicidad, emoción, extrañeza, se mezclaron en ese momento en el que nuestra familia mágicamente se ampliaba y extendía sus fronteras.

Luego de blanquear algunos tramos de nuestro árbol genealógico, esta familia, nuestra familia, se abrió calidamente hacia nosotros. Ornella Incardona, la mujer que nos atendió en un principio, hija de Vicente, nos ofreció un postre y Emilia nos mostró un albúm familiar de fotos. También nos presentaron a Guendelina, hija de Ornella, de 18 años, que estaba junto a su madre en la casa de sus abuelos para hacerles compania, ya que no viven más en aquel improductivo y avejentado pueblo.

Luego nos acompañaron al museo del lugar (Sí, aunque resulte increíble, un pueblo de 3000 habitantes tiene un impecable museo que cuenta su historia, algo que demuestra el culto europeo por el pasado y su fuerte relación con las tradiciones), y Emilia, esta cariñosa y novelesca anciana, nos obsequió varias artesanías, que seguramente se trasnformarán en un tesoro y una reliquia familiar. Luego, Ornella tuvo la gentileza de regalarme el diario de ese histórico día.

Nosotros realmente lo sentimos así; ese miércoles de junio que para otros fue un día más en sus desgastantes rutinas, para nosotros fue un miércoles que recordaremos toda la vida. En un instante impesado se amplio nuestra familia, con todo lo que eso significa. Por más que las distancias y las imposibilidades ecónomicas nos alejen y quizá nunca volvamos a vernos, lo que ese día unió difícilmente se separe.

Estos sentimientos que se despertaron en nuestras almas son imposibles de trasmitir con palabras. Enterarse de la existencia de familiares hasta ahora totalmente desconocidos es un sentimiento único, que las limitaciones de mi lenguaje me impide graficarlo, pero que seguro permanecerá despierto y perdurará por siempre.

Espero que no los haya aburrido, pero me parecía pertinente contar esta historia, ya que es de aquellas que jamás pensamos que puedan ocurrir y sólo las vemos en el cine o en alguna novela, pero como expresa el dicho: "la realidad supera a la ficción", y este es un caso que demuestra esto de forma inconfundible.

El destino nos dio una fantástica sorpresa, ojalá todos tengan la suerte de que su vida les regale momentos como éste para que puedan entender todo lo que intenté demostrar que se siente; pero seguramente no pude ni siquiera acercarlos un poco a la movilización de sensaciones que sufrimos todos los actores de aquella historia que jamás se borrará de nuestros corazones.